viernes, 13 de diciembre de 2013

Limónov

"De la infancia de Eduard emergen dos anécdotas. La primera, enternecedora, es la preferida de su padre: muestra al bebé acostado, a falta de cuna, en una caja de obuses, mascando a guisa de chupete una cola de arenque y sonriendo como un bendito. <<Molodiéts!>>, exclama Veniamín: <<¡Qué buen chico! ¡Estará a gusto en todas partes!>>

La segunda, menos encantadora, la cuenta Raia. Fue a la ciudad con su bebé a la espalda cuando empezó un bombardeo de la Luftwaffe. Se refugió en un sótano junto con una decena de ciudadanos, algunos aterrados, otros apáticos. El suelo y las paredes temblaban; intentaban, por el ruido, determinar a qué distancia caían las bombas y qué edificios destruían. El pequeño Eduard empezó a llorar, atrayendo la atención y la cólera de un tipo, que, con una voz sibilante, explicó que los boches tenían unas técnicas ultramodernas para localizar a objetivos vivos, que se guiaban por los sonidos más débiles y que el llanto del bebé haría que los mataran a todos. Los demás se excitaron tanto que expulsaron a Raia del refugio y tuvo que buscarse otro bajo el bombardeo. Ciega de rabia, se dijo y le dijo al bebé que era un camelo todo lo que quisieran contarle sobre la ayuda mutua, la solidaridad, la fraternidad. <<La verdad, no lo olvides nunca, mi pequeño Édichka, es que los hombres son unos cobardes, unos canallas, y que te matarán si no estás preparado para golpear primero.>>"

Extraído de "Limónov" de Emmanuel Carrère. Ed. Anagrama

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