"Algo se mueve en los camiones. Aquí y allá. Nos acercamos más, y más. De cerca, vemos a las personas, todas mujeres, tan apretujadas en la caja de los camiones abiertos que parecen bloques de carne humana, sólidos y uniformes. Las del lado exterior están comprimidas contra la barandilla, inmóviles, con la espalda torcida, los brazos encajonados contra los de sus vecinas, rostros hechos de sufrimiento, ojos hechos de vacío. Oímos lamentos. Aquí y allá. Pero la mayor parte no se lamenta. Están tan apretadas que no hay aire suficiente para respirar y lamentarse. Solo para respirar. Apenas. ¿Esto qué es?, pregunto. Refugiadas de Srebrenica, dice mi madre. Caminamos y caminamos, junto a ellas. Incluso cuando el convoy entero nos ha adelantado y la calle queda vacía, caminamos. Caminamos hacia donde ellas van. Al pabellón deportivo, donde había visto no pocos partidos de baloncesto y torneos de balonmano, combates de boxeo y conciertos con fines benéficos. Ahora no veo el suelo de parquet bajo los miles de mujeres lastimeras que pululan por allí como insectos o permanecen sentadas en colchonetas de yoga y mantas, los rostros entre las manos. Bajamos desde el gallinero hasta la pista, y el lugar es ensordecedor: lamentos, sollozos, sorbetones, gritos, alaridos, crujidos de botellas de agua de plástico, menciones de los nombres de los vivos, menciones de los nombres de los muertos, menciones de los nombres de Dios, gañidos, gemidos, suspiros, golpes de puño contra el suelo, canciones tristes, canciones alegres, maldiciones de madres, juramentos a dioses, narices sonadas, roces de ropa, llantos de niños, nanas arrulladoras, y los sonidos de mi corazón, que atronan dentro de mi cráneo. Mi madre se arrodilla en una manta. La mujer a quien intenta ayudar está roja. Las venas le sobresalen en la frente y el cuello. No puedo mirar. Me vuelvo. Percibo un olor a mierda. Una vieja inválida se agita en una colchoneta, solo agita los brazos. Parapléjica. Incontinente. Pronuncia un nombre masculino. Nadie acude. Alzo la vista. Los apliques de luz del techo, las canastas del pabellón contra un intenso azul, las abrazaderas metálicas plegadas contra él. Nadie anotará una canasta aquí en mucho tiempo."
Extraído de "Esquirlas" de "Ismet Prcic. Ed. Blackie Books
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