lunes, 7 de febrero de 2011

Amor Se Escribe Sin Hache

"Lady Brums estiró sus miembros blanquísimos en un esguince de hastío.
- Estoy tan cansada de este ajetreo de cambiar de amantes... -dijo-. Ahora me gustaría revelarle lo que es una gran pasión con una mujer excepcional a un hombre que, como usted, no hubiera tenido ninguna.
Sylvia abandonó el butacón. Su ágil cuerpo desnudo se paseó por la estancia y todo él se agitó en rápidos movimientos, mientras el cerebro meditaba despacio, pues lady Brums tenía más costumbre de mover el cuerpo que el cerebro, fenómeno bastante femenino.
- No basta -murmuró al fin- con afirmar "soy ese hombre". Hay que probarlo. Mi amor no es un amor vulgar, ni soy una mujer mística; ya se lo he dicho. Mi amor está lleno de rarezas, de obstáculos, de originalidades. Yo, por ejemplo, sería incapaz de amar a un hombre que no supiese dar el doble salto mortal. ¿Sabe usted darlo?
- ¡Sí! -replicó Zambombo cuando todavía vibraba en el aire la última sílaba pronunciada por lady Brums.
Y comprendiendo que no conducía a nada el dilatar la demostración. se subió sobre la mesa (acero con incrustaciones de lapislázuli) y se lanzó al parquet de cabeza, con vigoroso impulso de los músculos tibiales y tensorios de la fascia lata.
Dos vertiginosos giros en el aire y Zambombo cayó de pie. Acababa de dar el primer doble salto mortal de su existencia.
- Lo había hecho otras veces, ¿verdad? -indagó Sylvia.
- Nunca hasta ahora -repuso Zambombo arrancando un cortinaje, al que se había aferrado para conservar el equilibrio estable.
Lady Brums acercose a Zambombo, y mientras sus encendidos labios dejaban escapar un ¡oh! admirativo, sus brazos rodearon la cabeza del saltarín intuitivo.
- ¡Te adoro!
Y lo besó en la boca con un beso comunista y trepidante que a Zambombo le produjo la impresión de que acababan de extraerle la médula, incluido el bulbo raquídeo.
Sin embargo, tuvo suficiente presencia de ánimo para hundir sus dedos, como clavos, en los flancos palpitantes se Sylvia, llevándola hacia sí. Le devolvió el beso, diciéndole apasionadísimo:
- ¡Mi alma!
Y ella contestó estremeciendo su carne desnuda:
- ¡Tienes las manos muy frías!
Zambombo requirió su pistola, la disparó tres veces y, cuando el criado acudió, le pidió unos guantes de gamuza. Después se calzó los guantes y volvió a abrazar a Sylvia, sin que ésta se quejase ya del grado de temperatura de su piel"

Extraído de "Amor se escribe sin hache" de Enrique Jardiel Poncela. Ed. Blackie Books

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