"Me avergonzaba no haber conseguido mantener la abstinencia ni siquiera cuarenta y ocho horas. Miré a mi compadre de empinar el codo en la barra. Por la parte de atrás de la gorra de béisbol asomaba una cinta de pelo blanco como la leche y lo que se veía de su cuello, por encima del cuello de la camisa, era una franja de carne roja. Estábamos demasiado al norte para un paleto de cuello rojo, pensé, y le culpé por mi vuelta a la bebida. Él levantó su jarra, ya rellenada, y le dio un sorbo. Yo aparté la mirada. ¿Por qué me haces esto? le dije en mis pensamientos.
Llegó la camarera trayendo, como si fuera un cáliz, mi vaso de cerveza.
- Aquí la tienes, cariño. Que aproveche.
- Gracias -dije, como el alfeñique que era. Ella me sonrió y se alejó.
La cerveza estaba ahora ante mí. Puedo limitarme a no cogerla, pensé. No me la beberé y cuando vuelva la camarera le pediré qu se la lleve y le diré que he cambiado de idea.
Apenas había terminado esa cadena de pensamientos cuando mi mano se disparó hacia delante, la jarra se elevó y la cerveza inundó mi boca. Había sido una resistencia endeble, apenas un arbusto intentando plantar cara a un huracán. Con la cerveza en la boca sentí una sensación de transgresión, de hacer algo que sabes que está mal. Luego di un largo segundo trago que casi acabó la cerveza, y la sensación de transgresión me abandonó. Perdí toda consciencia de que quizá aquello me perjudicada y dejó de importarme si me gustaba mucho o poco. Verán, la iluminación Tennessee Williams llegó casi de inmediato. Es la iluminación que dice: Todo va a ir bien. Supongo que es mentira, pero es una mentira muy creíble".
Extraído de "¡Despierte Señor!" de Jonathan Ames. Ed. Principal de los libros
0 comentarios:
Publicar un comentario