"Duncan empezaba a ahora a preguntarse si el rompecabezas era la metáfora correcta para las relaciones entre hombres y mujeres. No tenía en cuenta el total empecinamiento de los seres humanos, su determinación de seguir pegados a otro semejante aun en caso de que no encajaran. No les importaba que compusieran salientes de ángulos extraños, y les tenían sin cuidado las cabinas telefónicas y Mary, reina de Escocia. Lo que los movía no era la compatibilidad sensata y sin fisuras, sino los ojos, bocas, sonrisas, mentes, pechos, tórax y nalgas, ingenio, amabilidad, encanto, historia romántica y todo tipo de cosas que hacían imposible la consecución de un cabal comportamiento.
Y las piezas de un rompecabezas tampoco es que fueran precisamente un modelo de pasión, la verdad. La gente podía apasionarse por los rompecabezas, pero los rompecabezas eran metódicos, podría decirse, y hasta desapasionados. Y a Duncan le parecía que la pasión era una parte integrante del ser humano. La valoraba en su música y en sus libros y en sus programas de televisión: Tucker Crowe era apasionado, y Tony Soprano también. Pero jamás la había valorado en su propia vidas, y puede que ahora estuviera pagando el precio, enamorándose en un momento inoportuno. Después se preguntó si Juliet, Naked le había afectado de algún modo: despertándole, sacudiendo alguna parte de él que estuviera entumecida. Sin duda había sido más emocional en los tiempos en que lo había escuchado por primera vez, cuando era proclive a súbitas conmociones en el estómago y a ocasionales e inexplicables accesos de llanto."
Extraído de "Juliet, desnuda" de Nick Hornby. Ed. Anagrama