Estoy seguro de que estas agresiones perturbaban más mi tranquilidad que la suya. Viviendo como ella vivía, todos los días debía de sufrir estas crueldades. Algunos de los tenderos del mercado de Inverness Street la perseguían con una fruición medieval; y también los niños, que a la vez infligen y sufren esos mismos malos tratos. Una noche, dos borrachos hicieron añicos sistemáticamente todas las ventanillas de la furgoneta, y los cristales que volaron por los aires le produjeron cortes en la cara. Enfurecida por cualquier pequeña libertad, esto se lo tomó con filosofía. "Quizá se hayan pasado un poquito con la bebida", dijo. "Sucede por no haber comido, digamos. No quiero poner una denuncia."
Extraído de "La dama de la furgoneta" de "Alan Bennett". Ed. Anagrama
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