"Todo lo que yo podía necesitar estaba elegantemente dispuesto sobre una mesita, y para mí resultó un asunto de un minuto escanciar en una copa un dedo o dos de alcohol y rociarlo con un poco de soda. Luego me repantigué en un sillón poniendo los pies encima de la mesita y paladeé la bebida con la misma satisfacción que debió de experimentar César al retirarse a su tienda después de la derrota de los nervios.
Al pensar en lo que debía de estar sucediendo en el plácido jardín, me sentía alegre y satisfecho. Aunque estaba seguro de que Augustus Fink-Nottle era uno de los ejemplares más típicos de la naturaleza en cuestión de bobaliconería, le apreciaba y me había visto tan profundamente complacido en el éxito de sus amores como si, en vez de ser él, fuese yo quién estaba bajo los efectos del éter amoroso.
Me alegraba en el alma pensar que en aquel momento habría probablemente llevado a buen ritmo los pourparlers y que acaso ya estuviera haciendo planes para el viaje de novios.
Naturalmente, al considerar el tipo de muchacha que era Madeline Bassett -estrellas, conejos y similares- podrían ustedes afirmar que una sobria tristeza hubiera estado más indicada. Pero en estos asuntos, ya lo saben ustedes, sobre gustos no hay nada escrito. El impulso de un hombre con la cabeza en su sitio al encontrar a miss Bassett habría sido el de poner tierra de por medio. Más, por alguna razón misteriosa, ella conmovía a Gussie. Así pues, nada había que objetar."
Extraído de "Ómnibus Jeeves" de P.G. Wodehouse. Ed. Anagrama
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