- “¿Has dicho algo? –pregunté, acercándome.
Volvió a murmurar.
- No te entiendo. Habla más fuerte.
¡Los osos lavadores! –gritó.
Me sobresalté.
- ¿Los osos lavadores? ¿Qué osos lavadores?
- Los osos lavadores. Si dejas abierta la puerta de la cocina, los osos lavadores entran y roban las tortas y las galletas, según lo que haya de comida ese día –dijo muy serio-. Si, por ejemplo, dejas la basura a la puerta de tu casa, los osos lavadores salen de noche y se la comen.
Era como una radio averiada que reanudase inesperadamente la transmisión.
- Es muy importante cerrar bien el cubo de la basura; si no, lo esparcen todo fuera.
¿De qué estaba hablando? Traté de interrumpirle.
- Aquí no hay osos lavadores. Ni lobos. Zorros sí. –Y entonces le pregunté-: ¿Ayer no te comerías por casualidad una chuleta?
- Los osos lavadores muerden porque tienen miedo del hombre.
¿Qué diablos eran esos osos lavadores? ¿Y qué lavaban? ¿La ropa? Y, además, los animales sólo hablan en los tebeos. Qué poco me gustaba esa historia de los osos lavadores.
- ¿Podrías decirme, por favor, si anoche te comiste una chuleta? –insistí-. Es muy importante.
- Los osos lavadores me han dicho que tú no tienes miedo del señor de los gusanos –me contestó.
Una vocecilla en mi cabeza me decía que no debía quedarme a escucharlo, que debía huir.
Me agarré a la cuerda, pero no podía irme: seguía allí mirándolo, hechizado.
- Tú no tienes miedo del señor de los gusanos –repitió.”
Extraído de “No tengo miedo” de Niccolò Ammaniti. Ed. Anagrama
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