"Me he vestido y he salido. Fuera, el tiempo era cálido y el aire ligero. Los árboles desnudos se recortaban contra el cielo de un azul casi blanco. Era agradable pasear. Sentía que mi tristeza huía a grandes zancadas, que reencontraba la indiferencia que, en el fondo, constituye mi verdadera naturaleza, el gusto por vagar sin pensar en nada, ir por la calle, fumar lentamente mientras las horas transcurren y me dejan un perfume de vacaciones. Ya hace quince años que vovo solo, sin amigos, y empiezo a creer que esta vida, aunque no la haya elegido de forma consciente, se ha impuesto por todas las ventajas que me ofrecía, por la sucesión de azares imperceptibles que tan solo un hombre verdaderamente libre puede acoger. Estoy solo. No le debo nada a nadie. Ningún afecto me ata. Creo haber querido a mis padres, pero para mí su muerte fue un alivio. Temía su muerte hasta tal punto que solo el hecho de que se produjera podía liberarme. El pavor a una desgracia envenena las alegrías más vivas y empaña los días más claros. Ahora puedo andar sin inquietud, adonde me plazca, y llevo a cuestas todo lo que aprecio, mis recuerdos, a mí mismo. La ciudad se me ofrece. Estoy disponible, abierto como una vela. Solo me arrepiento de una cosa: de no ser más sensible, de dejar pasar la felicidad que no sé percibir."
Extraído de “Ceniza en los ojos” de Jean Forton. Ed. Blackie Books
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