"Sonrió comprensivamente, mucho más que comprensivamente. Era una de esas raras sonrisas, con una calidad de eterna confianza, de esas que en toda la vida no se encuentran más que cuatro o cinco veces. Contemplaba, parecía contemplar por un instante el Universo entero, y luego se concentraba en uno con irresistible parcialidad; comprendía a uno hasta el límite en que uno deseaba ser comprendido, creía en uno como uno quisiera creer en sí mismo, y aseguraba que se llevaba la mejor impresión que uno quisiera producir. Al llegar a este punto, se desvaneció y me encontré frente a un elegante mozallón de unos treinta y uno o treinta y dos años, cuya rebuscada oratoria llegaba al absurdo. Un rato antes de presentarse, tuve la vigorosa sensación de que iba escogiendo las palabras una por una.
Casi en el mismo instante en que Mr. Gatsby se identificó, se precipitó el mayordomo comunicándole que Chicago le llamaba por teléfono. Nuestro anfitrión se disculpó con una pequeña inclinación de cabeza que nos incluyó a todos y a cada uno de nosotros".
Extraído de "El gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald. Ed. Anagrama
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