"Pilar está de pie en la orilla de la playa. Sonia y Laura no le quitan ojo. Era tan bella que las dos chicas llevaban toda la mañana atrapadas en un placentero ejercicio de vigilancia. Cuando se movía parecía dejar el molde de su anterior postura haciéndose hueco en el aire. Su belleza no les causaba ningún tipo de envidia o insatisfacción. Ellas también eran jóvenes y hermosas. Pero observaban a Pilar para establecer un canon. A partir de Pilar no hay nada. Ella era como el Everest. Una vez allí solo se podía mirar hacia abajo.
El sol de la tarde caía de tal forma que los cuerpos tumbados en las toallas parecían espejos y los apartamentos de la costa, sábanas de piedra blanca puestas a secar.
Pilar vio que sus amigas la miraban y las saludó con la mano. Su sonrisa era digna del brillo de piedra preciosa de sus ojos. Sonreía desde sus órganos internos y tenía la belleza de varios niños aún no nacidos. Se agachó a recoger conchas marinas.
Es perfecta, dijo Laura".
El sol de la tarde caía de tal forma que los cuerpos tumbados en las toallas parecían espejos y los apartamentos de la costa, sábanas de piedra blanca puestas a secar.
Pilar vio que sus amigas la miraban y las saludó con la mano. Su sonrisa era digna del brillo de piedra preciosa de sus ojos. Sonreía desde sus órganos internos y tenía la belleza de varios niños aún no nacidos. Se agachó a recoger conchas marinas.
Es perfecta, dijo Laura".
Extraído de " No tengo el placer" de "Sergio Algora". Ed. Xordica
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